viernes, 11 de junio de 2010

¿Quién es Miguel Aguayo?





Padre Miguel Aguayo S.J.
Jesuita, pintor, escritor, maestro...El "único mazatleco nacido en la Cd. de México" -como el mismo se presenta-Definitivamente un artista y “un hombre de Dios”. Un muy querido maestro de la Universidad Iberoamericana, en la ciudad de México. Su influencia sobre muchas generaciones de jóvenes ha ido más allá del arte…La profunda espiritualidad que reflejan sus libros y poemas, los temas de sus cuentos y el manejo que de ellos hace, denotan a una persona con un gran conocimiento y entendimiento del alma y  la naturaleza humanas,  del comportamiento del hombre. Como sacerdote, capaz de entender y perdonar sin escandalizarse.
Recordar mi primer encuentro con Miguel Aguayo, me lleva a mis años de estudiante universitaria.
En aquella época –a principios de los ochentas- los jesuitas asignados a la Ibero parecían no querer darse a notar entre los estudiantes. Sin embargo, Miguel actuaba cabalmente en su doble vertiente como profesor y sacerdote.
“Sé de qué manera los muchachos –chicos y chicas- se ponen en tus manos enteramente, cuando así lo deciden una vez que te conocen y confían en ti” me escribió muchos años después al compartir conmigo algunas de las cartas, recados y textos que guardaba de sus alumnos.
“Sé también del peligro de la ambigüedad de sentimientos que los jóvenes pueden experimentar en algunas situaciones, y de lo importante que es ese momento para que de él aflore el adulto que llegará a ser”.
En mi caso personal como alumna, el terreno que Miguel encontró al principio de su curso, fue bastante árido…
Era mi quinto semestre de la licenciatura en Nutrición y Alimentos.
Desde que comencé a cursar las materias del Área de Reflexión Universitaria, quise inscribirme en una: “El teatro como participación viva”; era mi gran ilusión.
Sin embargo, por alguna extraña y ahora sé afortunada razón, nunca en varios semestres lo logré y no me quedó más remedio que apuntarme en una clase de literatura: “Narrativa Latinoamericana Contemporánea”, con un profesor del que nadie me supo dar referencias (ya que siempre nos asesorábamos entre los mismos compañeros), un tal Miguel Aguayo…
Casi recién llegado de Europa y reinstalado en la Ibero, donde ejercía como profesor en varios departamentos -y desde hacía ya mucho tiempo- era entonces un hombre de unos cuarenta y pocos años, delgado, con un timbre de voz fuerte e inconfundible.
En aquella época según recuerdo, fumaba mucho en clase, siempre con una boquilla negra que tenía un anillo dorado y que me llamaba mucho la atención. Siempre salía a relucir junto con una cigarrera negra de piel.
El primer día de clase, hizo una curiosa presentación de sí mismo: “Soy el único mazatleco nacido en el Distrito Federal”, mencionó entre otras cosas.
Nos dijo que era escritor, qué libro llevaríamos como guía en el curso, y casi como haciendo en broma referencia a mi caso: “Sé que la mayoría no está aquí por horario, o por que no pudo tomar otra materia”.
Y para finalizar: “… como a mi me chocaba que me dieran clase el primer día, nos vemos el próximo jueves”.

¿Escritor?, eso fue lo único que sí me llamó la atención.

La apatía y frustración iniciales con las que asistía, se fueron transformando poco a poco en interés y gusto. El tiempo prácticamente “volaba” y no recuerdo algún otro curso en donde me sintiera verdaderamente enojada porque llegara el final de la clase.
La primera hora se iba tan rápido que invariablemente volteaba a ver el reloj como a las cinco y veinte y me sentía molesta porque ya quedaba muy poco. En una ocasión Miguel se dió cuenta de mi mohín de disgusto cuando veía la hora y me dijo: “¡Ya, ya vamos a terminar!”.
¡Si hubiera él sabido que era justamente lo que yo no quería que sucediera!
Su curso era muy bueno y ¡tan bien manejado!, que aunque no tenía que ver con nada que fuera mi carrera, terminé aprendiendo del tema e interesándome en él. Se podían tomar unos apuntes buenísimos. Realmente Miguel fue el mejor profesor que tuve en toda la licenciatura.
Me asombra como a años de distancia sigo recordando claramente fragmentos de sus clases: así fueron pasando ante mi los escritores románticos, los realistas, el “realismo mágico” de Rulfo, los costumbristas…

Durante su clase Miguel transporta a otro mundo, es de los profesores que captura por la vehemencia con la que se expresa. Ya sea sentado sobre el escritorio o caminando de un lado a otro del salón y mirando hacia el horizonte, habla del romanticismo, del Amor, de la Belleza… “como poseído”, como alguna vez casi le recrimina uno de sus alumnos.
 
Mi joven imaginación de diecinueve años, se preguntaba cómo sería la vida de aquel intenso y emotivo profesor: “Vivo muy cerca, aquí atrás”, nos informó, para explicar la puntualidad con la que llegaba a sus clases. Probablemente en “La Campestre”, pensaba yo. ¿Sólo?...
No mencionaba familia, nada más una señora de servicio que atendía todo lo referente a los quehaceres domésticos.
Para ese entonces, ya nos había hablado sobre su actividad como escritor y pintor.
Y efectivamente, la impresión que daba era la de ser  un artista: una persona rodeada por un halo glamoroso e interesante, con un mundo interior muy suyo e inalcanzable. Parecía que siempre estaba pensando en “algo” o que siempre “algo” le daba vueltas en la cabeza. Sin embargo, observándolo más de cerca se notaba que miraba cuidadosamente a su alrededor y no dejaba de sorprenderse aún de los detalles más pequeños.
Inteligente, carismático y encantador, con ese encanto que fluye de una persona que lleva los sentimientos y el corazón a flor de piel...





1 comentario:

  1. Agradezco la oportunidad de penetrar en lo que escribiste pues también soy exalumna de la Ibero y concuerdo con la experiencia de materias de Formación Humana. Mis mejores profesores, los de mayor impacto, fueron jesuitas. No conocía de Miguel Aguayo. Gracias por estas reflexiones y video. Muy enriquecedor.

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