sábado, 5 de junio de 2010

"Metáforas"


Para mediados del semestre Miguel, su curso y sus libros se habían convertido en un referente de arte y espiritualidad muy importantes para mí. Después de leer con mucho interés tres de sus libros, había descubierto a un maravilloso escritor. Por lo general cuando leo un libro que me gusta, quiero conocer al autor, su trayectoria, cómo es, investigo en enciclopedias, periódicos y artículos todo lo que se ha escrito sobre él (en aquel entonces no contábamos con el fabuloso recurso del internet). En este caso, toda la información era de primera mano, porque simple y sencillamente era mi profesor y tomaba clase con él. Para mí eso fue ¡sensacional!..
Hasta ese momento, no había tenido oportunidad de conocer su faceta como pintor. Sin embargo, ese año de 1982 presentó una magnífica exposición de pintura en el vestíbulo de  la biblioteca de la UIA: “Metáforas”… se llamaba.
Estuvo un mes expuesta y durante ese tiempo, aproveché cuanta oportunidad tuve de visitarla. Siempre que iba a la biblioteca (y aunque no tuviera que ir), ya que llamaba poderosamente mi atención, por el colorido de los cuadros, lo brillante de las pinturas, los nombres (que hacían referencia a cuentos, o personajes que yo había encontrado en sus libros) y porque finalmente transmitía una gran fuerza y energía en la mezcla de texturas y colores.
En clase nos describió y explicó algunas de los cuadros, cómo estaban relacionados con su obra literaria y algunas anécdotas.
Asistí a la inauguración...
Miguel llevaba un traje azul y un gazné, que le daban la apariencia “del artista”, o como de “pintor francés” -me imaginaba yo-.
Asistieron algunos de sus familiares, que estuvieron siempre muy junto de él y venían desde Mazatlán.

Todos o la gran mayoría de los cuadros se vendieron. Muchos excelentes que me gustaron ampliamente y quedaron grabados en mi memoria como:
“Colombina Botero”
“Cuando digo “Venecia” (muchos, muchos años después, Miguel me platicó que había pintado ese cuadro mientras escuchaba una canción, que a mi personalmente me encanta: “Anónimo Veneciano”)

-“No tía Clara, nadie está solo, nadie”-, que representaba a un joven que me parecía se asomaba a una ventana; aunque tiempo después otro jesuita, compañero de Miguel y que vivía en la misma casa, me explicó que se encontraba viendo la televisión, lo cual explicaba la enorme brillantez que presentaba el rostro del joven en comparación con la penumbra de la habitación; igual que cuando uno mira la televisión a oscuras.
Había un cuadro de un rojo muy muy vivo, que se llamaba algo así como “Gimnasio para demonios pequeños” que arrebataba la vista por su colorido.
O los que me recordaban sus cuentos, porque hacían referencia a ellos, como aquel que plasmaba a “Puerto Viejo…”

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