viernes, 28 de mayo de 2010

Memories

"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda
y cómo la recuerda para contarla..."
Gabriel García Márquez.



En varias ocasiones estuve, junto con algunos compañeros de la universidad en su casa, en aquel entonces la Comunidad Jesuita de Cruz del Sur, en la Campestre Churubusco;  invitados a comer por algunos de sus compañeros jesuitas, profesores y amigos nuestros. A veces Miguel estaba presente y me gustaba observar como convivía en su comunidad. La mayor parte de las ocasiones, no se encontraba, pero me gustaba que podía ver algunos de sus cuadros que estaban colgados por la casa.

En una de esas veces recuerdo la sorpresa que me llevé, cuando me enseñó todo lo que tenía guardado que yo le había dado: tarjetas, muñecos, cartas, dibujos y en especial un retrato de él que yo había dibujado.
-“Para que veas que tengo guardadas todas las cosas que me has dado”-, me dijo.
Me comentó como el trabajo pastoral a la vez que es sumamente gratificante, puede llegar a ser solitario, porque te buscan cuando las personas tienen problemas, tribulaciones, en busca de consejo o consuelo, pero a veces no hay quien te lo de a tí.
“Es muy fácil que lloren contigo, pero es difícil que se alegren contigo”.

Cuando ya nos íbamos de regreso a la Universidad, me dice recordando algo:
-“¡Ah! Espérame tantito”- y fue a la cocina a sacar del refrigerador una bolsa de plástico pequeña, en donde guardaba restos de comida para un perrito, que había "adoptado", que vivía en la Universidad, en una parte solitaria, cercana al río.
Yo ya sabía del gusto de Miguel  por los perros. En clase nos había platicado de su perra: “La Bonita”, de esta raza tan rara que le llaman “xoloescuintle”  que corresponde al perro mexicano que había antes de la llegada de los españoles a nuestro país. Tristemente para Miguel no le permitían tener a “La Bonita”  con él, en la comunidad.
La tenía encargada en la casa de unos amigos.
Esa fue una perrita muy querida para él. De hecho hay en su obra pictórica varios cuadros de ella. –“Una belleza Ponds”- como le decía, porque para mantener su piel suavecita, la encremaba toda con crema “Ponds”, porque no tenía pelo.
-“No soy yo sin perro”- alguna vez me comentó, ya que de niño siempre había tenido uno para él.
“La Bonita” fue muy especial, murió de viejita en 1985, después de doce largos años de vida. Después de ella, nunca hubo otro. Pero su gusto por los perros hacía que “adoptara” algunos amigos a quienes como a este perrito de la universidad, les llevaba comida.
Cuando nos íbamos acercando a la Universidad, el perro corrió a su encuentro al reconocer su voz. Inmediatamente, Miguel abrió la bolsa para que el perro pudiera comer.

Me acuerdo del perro por los ojos grandes y abiertos con los que lo veía. Se me hizo como que le agradecía por la comida.
Pero Miguel me comentó: -“Mira, parece que me dice: se te olvidó la salsa”- y se rió.


























La navidad del año en que conocí al Padre Miguel, organizamos un intercambio de regalos entre el grupo de mis mejores amigas. Éramos ocho en total: Gaby, Luz Ma., Karin, Seny, Tere E, Tere F, Renata y yo.
Queríamos que tuviera un “toque novedoso” y decidimos que no sabríamos a quién nos tocaba regalarle hasta la mera hora; o sea que tendríamos que elegir un regalo que nos pareciera especial y adecuado para cualquiera de ellas.
Lo que a mi se me ocurrió fue regalar la novela del Padre Miguel: “Trigo Verde”. Se me hacía una lectura muy inspiradora para la edad en la que nos encontrábamos y por otra parte ya les había platicado mucho sobre mi profesor de literatura, además en ese entonces estaba tomando una segunda materia con él –optativa, por cierto- “Taller de Oratoria”.
Nunca pensé que fuera a Seny a quien le iba a tocar mi regalo.
¡Qué buena onda! – exclamó- es el libro de su profesor-, nos dijo a todas.
-Lo voy a leer ahora en vacaciones- me dijo. (Venían las vacaciones de diciembre).
Recién comenzaron las clases en Enero, Seny me comentó que le había gustado mucho el libro del Padre Miguel y que tenía muchas ganas de conocerlo, por lo que me pidió que se lo presentara.
-¡Claro!, no hay problema –le dije-. Es muy fácil encontrarlo fuera de la cafetería antes de clase de 4:00 a 6:00, o lo buscamos en su salón de clase-.
Sin embargo, fue curioso que las veces que lo buscamos no lo pudimos encontrar.
Por el semestre en que estábamos, ya no íbamos tan seguido a la Universidad. El “Internado” y las “Prácticas Profesionales” nos mantenían fuera.
Así que por una u otra cosa, ya no pudo conocer al Padre Miguel…
Por aquellos años se inauguró la UIA plantel León.
La Compañía de Jesús envió al Padre Miguel a dar clases allá; estuvo algunos semestres y eventualmente iba durante algunos “Veranos”.
Una de las licenciaturas que se ofrecen en este plantel es justamente la que mis amigas y yo estudiamos: Nutrición y Ciencias de los alimentos.
Curiosamente durante uno de estos semestres en que el Padre Miguel estuvo allá, coincidió con que  Seny - que se casó con Rosendo, su novio de la universidad -, y su ahora esposo, lo enviaron a trabajar a León.
En León, Seny obviamente entró a trabajar a la UIA.  
En una ocasión, y por alguna curiosa coincidencia, Miguel y Seny se conocieron.
-¡Ah, por cierto! Conocí a una amiga tuya – me dijo- cuando regresó a la Ciudad de México.
-¿Si? ¿a quién?, -le pregunté yo.
-Eugenia,  pero hasta me sentí mal.
-¿Por qué? Le pregunté con extrañeza.
-No, si se portó muy amable y me ayudó mucho; pero cuando entré a su oficina me dijo: ¡Miguel Aguayo! ¡no lo puedo creer! ¡No puedo creerlo! –Me dijo que había leído mi libro y que le gustó mucho, pero después de tantos halagos hasta me sentí mal.  Te mando saludos. –finalmente agregó.


-“Las mujeres francesas son las más bellas”- nos decía Miguel en clase, -“hay mucha diferencia entre las mujeres europeas y las latinas. Las mujeres latinas se ponen la tlapalería encima, las mujeres europeas no, lucen su belleza casi al natural”-
Admira la belleza  de la mujer, aunque pudiera pensarse que por su condición de sacerdote, pudiera bloquear esa parte. No, no le tiene miedo al tema.
Esa frescura y naturalidad le gustan a él y lo leí  en un artículo que escribió titulado “Boquitas pintadas” haciendo alusión a Borges, en el título.
Muchos años después lo escuché diciendo a unas futuras alumnas que le daba gusto que estuvieran en su curso porque había “calidad visual” y tendría a donde voltear cuando diera su clase.
En Otoño de 82 volví a ser su alumna. Era un curso de Extensión Universitaria que Miguel impartió por muchos años: "Taller de Oratoria".  No era más que un pretexto para poder volver a ser su alumna.  Pero curiosamente, y sin yo saberlo en ese momento, lo que ahí aprendí se volvió básico en mi vida ya que me he dedicado a la docencia por más de veinte años y a dar conferencias, por bastante tiempo.
Los apuntes del curso y la teoría del curso - como siempre - maravillosos por lo útiles y prácticos y como dije, un conocimiento que me ha acompañado de por vida.
Llegué a la primera clase con una gran emoción. Me acuerdo que ya estaba Miguel ahí, con su lista. Lo saludé y se acordó que yo ya había sido su alumna el semestre anterior. Le dije que estaba inscrita en el taller –“¿otra vez?”- Y buscó en la lista ¡ah si! Aquí estás y leyó mi nombre. Hoy en día que soy maestra, realmente no se si me gusta o no que repitan curso mis exalumnos, conmigo, no se que pensaría Miguel de volverme a tener en su clase.
Éramos un grupo muy variado, aunque realmente pocos. Había un señor mucho más grande que todos, dos chicos preparatorianos que querían entrar el año siguiente a la UIA.
Éramos como dos o tres alumnos de la universidad y me acuerdo de una chica un poco mayor que yo, que no era de la Ibero y de la que realmente no supimos nunca gran cosa, en cuanto a qué se dedicaba, si estudiaba algo en algún lado o no, pero que nos llamó mucho la atención por un detalle: cómo coqueteaba con el profesor…
Nos llamaba mucho la atención ésto, porque  todos sabíamos que Miguel era jesuita, todos, menos ella.
Realmente me daba "pena ajena", pero la cuestión era que lo acaparaba totalmente antes y después de clase. No permitía que ninguna otra persona platicara o se acercara a él.
Mis compañeros preparatorianos, especialmente uno de ellos –el más grandecito- estaban muy preocupados.
Una tarde, mientras contemplábamos todo su despliegue de encanto ante Miguel, éste compañero volteó y muy serio me preguntó: -“no sabe ¿verdad?”- Yo solo me encogí de de hombros y le dije: "-yo creo que no"-.
Seguimos viendo la misma escena y se volvió para preguntarme: -“¿y si le decimos”?- yo solo le contesté: -“pues si quieres, dile”-
Cuando tuvimos ocasión de platicar juntos con Miguel, este muchachito encontró el momento de hacer alguna referencia sobre el sacerdocio de Miguel justo en el momento que ella llegaba a unirse a nosotros.
Su reacción me sorprendió: -“¡¡¿Eres cura!!?- casi le reclamó. Miguel tranquilamente asintió con la cabeza. Después de esa clase, nunca la volvimos a ver, cosa que, evidentemente, también fue comentada por nosotros.

 
 
En varias ocasiones, junto con el grupo de amigas de algún curso o retiro, fui a casa de Miguel a alguna comida o celebración como: Coronas de adviento, rosca de reyes, o simplemente nos quedábamos de ver ahí, para recoger a alguno de los jesuitas para ir al teatro, o al cine…
Me acuerdo de una ocasión en la que nos invitaron a comer y Miguel se encontraba en casa. Se notaba “contrariado” cosa muy rara en él. Creo que es la única vez que lo he visto así; Miguel tiene una frase genial: -“No pasa nada, nada se ha perdido”- y es difícil que cuestiones diarias o triviales lo perturben.
Sin embargo, según pude darme cuenta por la conversación que tenían entre Miguel y sus compañeros a su regreso de Manzanillo le habían perdido la maleta en el aeropuerto. Pero todo lo había puesto en la maleta: cámara fotográfica, dinero, ropa nueva. En fin… digamos que toda su vida (exagerando) la había metido ahí. Creo que inclusive unos cassettes con un programa de radio que había grabado y cosas así que ya eran mucho más difíciles de reponer y de mayor valor estimativo de lo que le reponían en el aeropuerto.
Muchos años después me enteré que esa maleta prácticamente le había dado la vuelta al mundo y que finalmente la encontraron y la regresaron, aunque por supuesto prácticamente vacía. Lo que me llamó la atención en ese momento fue la gran capacidad de “recuperación” que tenía, como decir: -“ok son solo cosas materiales”- y me acuerdo que sólo sacudió un poco la cabeza en un gesto que le he visto en varias ocasiones como para quitarse alguna idea de la cabeza y volvió a ser el mismo de siempre, como si no hubiera pasado nada…

 
 
Entre lo que aprendí con Miguel en sus clases, me acuerdo muy bien que estaba el expresarse “claramente”, que se te entendiera lo que querías decir.
Siempre nos mencionaba esta práctica que tenemos mucho, por lo menos en nuestro país, de no nombrar las cosas por su nombre sino como “la ésta”, “el dese… y lo peor es que al parecer nos entendemos o por lo menos pensamos que nos deben de entender…
En una ocasión un grupo de amigos invitamos al teatro a ver una obra que sabíamos le iba a gustar, a uno de los jesuitas de la comunidad de Miguel; “La puerta de Alcalá”. Así que quedamos de vernos en la casa de los padres –temprano-, para poder ir a tomar un café y platicar (ya teníamos tiempo de no reunirnos) antes del teatro, cuando llegamos el sábado en la tarde estaban todos los padres en la casa incluyendo a Miguel. Me acuerdo que Miguel estaba en la sala de la casa “limpiando” o “reparando” un marco dorado, -“para algún cuadro” pensé yo.


En alguna ocasión fue Miguel mismo, quien me invitó a comer a su casa junto con una amiga mía. –“para que no te de pena”- me dijo.
De esa ocasión recuerdo la sorpresa cuando me enseñó todo lo que tenía guardado y que yo le había dado: tarjetas, muñecos, cartas, dibujos y en especial un retrato que yo había hecho de él.
Con motivo de la exposición de “Metáforas”, en 1982, la revista de la Universidad publicó un reportaje, con una foto suya en blanco y negro en donde se veía reclinado sobre una mesa, pintando…
A mí siempre me gustó pintar retratos a lápiz y lo copié de la fotografía. Me acuerdo que el siguiente verano
que fuí a la exposición se lo llevé a regalar.
Cuando se lo mostré, se sorprendió, como tratando de recordar de donde era esa fotografía, o quizás no se reconoció; nunca he sabido, ni le pregunté.
-“Para que veas que tengo guardadas todas las cosas que me has dado”-.
Esa tarde, después de la comida, regresamos caminando a la Universidad, y dos detalles se me quedaron muy grabados:
Uno de ellos es en relación a la capacidad de observación y de sorpresa ante las cosas más simples y bellas.
En una calle había un árbol muy grande de “Jacaranda en flor” como dice la canción. Y me acuerdo que lo señaló y me dijo:-“Nunca he entendido la metáfora de: Tus ojos como jacaranda en flor”- ¿A qué se refiere? Que tiene que ver con estas ramas grandes y hasta cierto punto “retorcidas” del árbol.

Casualmente sus clases eran en un salón cercano a los laboratorios de “Nutrición”, en donde yo estaba trabajando en ese entonces y haciendo la maestría.
En una ocasión salí a que me diera el sol en medio de una sesión de microbiología, justo cuando Miguel terminaba su clase del Departamento Internacional, en los jardines de la Universidad. Miguel tenía mucho, eso de dar clase en el jardín, cuando hacía sol y calor.
Me acerqué a saludarlo y me preguntó que estaba haciendo. Le contesté que estaba “sembrando” y me dijo: - “Que curioso se me hace, se me figura que vas en una carreta por el campo aventando las semillas, vestida con una falda larga y un sombrero de palma, cantando esa canción de: “Qué bonito es el sol de mañana, al regreso de la capital, que bonita se ve la…etc., etc.,etc. Nos estuvimos riendo un buen rato.


1 comentario:

  1. Hola.

    ¿Sabes o aún tienes el contacto del autor? Estoy haciendo la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea y dentro de mi corpus está "Juego de espejos", me gustaría mucho ponerme en contacto con Miguel Aguayo con esa finalidad.

    Saludos.

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