lunes, 31 de mayo de 2010

"Boquitas Pintadas"

Admiraba la belleza, inclusive la de la mujer, aunque pudiera pensarse que por su condición de sacerdote, pudiera bloquear esa parte. No, no le tenía miedo al tema.
-“Las mujeres francesas son las más bellas”- decía- -“hay mucha diferencia entre las mujeres europeas y las latinas. Las mujeres latinas se ponen la tlapalería encima, las mujeres europeas no, lucen su belleza casi al natural”-
Esa frescura y naturalidad le gustaban a él y lo ví tiempo después en un artículo escrito para “Boquitas pintadas” haciendo alusión a Borges.
Nikky – una chica muy bonita-, llama la atención sus ojos grandes aparentemente oscuros, (estilo y parecida a Audrey Hepburn), los ojos con una mirada profunda (no superficial) y con facciones finas (nariz y boca) cara afilada.
“Un alma asustada” según Miguel.
Hay para quienes un jesuita somos solo de “aquí para acá”-(señalando sólo la cabeza) y para allá (señalando hacia abajo) no hay nada. No se conoce a la persona.
-Hay quienes evitan a las niñas por el peligro de enamorarse; sólo niños. Pero hay que saber manejar esa frontera tan delgada que cruza entre la amistad y el enamoramiento. Yo lo hago siendo yo mismo, sin malicia, natural.
Hay para quienes un jesuita somos solo de “aquí para acá”-(señalando sólo la cabeza) y para allá (señalando hacia abajo) no hay nada. No se conoce a la persona.
-Hay quienes evitan a las niñas por el peligro de enamorarse; sólo niños. Pero hay que saber manejar esa frontera tan delgada que cruza entre la amistad y el enamoramiento. Yo lo hago siendo yo mismo, sin malicia, natural.
En Otoño de 82 finalmente volví a ser su alumna, porque el curso si se abrió, y aunque éramos pocos y el tema aunque era importante e interesante, no era más que un pretexto para poder volver a ser su alumna.
Curiosamente, y sin yo saberlo en ese momento, lo que ahí aprendí se volvió básico en mi vida ya que me he dedicado a la docencia por más de veinte años y a ser conferencista de unos laboratorios farmacéuticos por unos diez años, aproximadamente.
Los apuntes del curso y la teoría del curso, como siempre, maravillosos por lo útiles y prácticos y como dije, un conocimiento que me ha acompañado de por vida.
Llegué a la primera clase con una gran emoción. Me acuerdo que ya estaba Miguel ahí, con su lista. Lo saludé y se acordó que yo ya había sido su alumna el semestre anterior. Le dije que estaba inscrita en el taller –“¿otra vez?”- Y buscó en la lista ¡ah si! Aquí estás y leyó mi nombre. Hoy en día que soy maestra, realmente no se si me gusta o no que repitan curso mis exalumnos, conmigo, no se que pensaría Miguel de volverme a tener en su clase.
Éramos un grupo muy variado, aunque realmente pocos. Había un señor mucho más grande que todos, dos chicos preparatorianos que querían entrar el año siguiente a la UIA.
Éramos como dos o tres alumnos de la universidad y me acuerdo de una chica un poco mayor que yo, que no era de la universidad y de la que realmente no supimos nunca gran cosa, en cuanto a qué se dedicaba, si estudiaba algo en algún lado o no, pero que nos llamó mucho la atención por un detalle: cómo coqueteaba con el profesor…
A todos nos llamaba mucho la atención esto, porque por alguna razón todos sabíamos que Miguel era jesuita, todos, menos ella.
Yo no sabía si me daba risa o coraje, pero la cuestión era que lo acaparaba totalmente antes y después de clase. No permitía que ninguna otra persona platicara o comentara algo con él.
Mis compañeros preparatorianos, especialmente uno de ellos –el más grandecito- estaban muy preocupados.
Una tarde, mientras contemplábamos todo su despliegue de encanto ante Miguel, éste compañero volteó y muy serio me preguntó: -“no sabe ¿verdad?”- Yo solo me encogí de de hombros y le dije: -yo creo que no-.
Seguimos viendo la misma escena y se volvió para preguntarme: -“¿y si le decimos”?- yo solo le contesté: -“pues si quieres, dile”-
Cuando tuvimos ocasión de platicar juntos con Miguel, alguna vez que esta niña llegó tarde y por tanto nos pudimos acercar a él, este muchachito encontró el momento de hacer alguna referencia al sacerdocio de Miguel en el momento que ella llegaba a unirse a nosotros.
Su reacción me sorprendió: -“¡¡¿Eres cura!!?- casi le reclamó. Miguel tranquilamente asintió con la cabeza. Después de esa clase, nunca la volvimos a ver, cosa que, evidentemente, también fue comentada por nosotros.
Muchos años después lo escuché diciendo a unas futuras alumnas que le daba gusto que estuvieran en su curso porque había “calidad visual” y tendría a donde voltear cuando diera su clase.
Sonreía ampliamente al corresponder a las coqueterías de alguna alumna: un guiño, una sonrisa o una “caída de ojos”.
“No hablo con nadie mientras pinto, no me gusta que me vean pintar”.
(Me lo dijo a propósito de Nikky que se sentaba en silencio a verlo pintar. Quedaba cerca de su lugar de trabajo, estudio, agencia… no sé; pero le gustaba pasar a comer galletas mexicanas al departamento de la calle Grenelle).

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