Admiraba la belleza, inclusive la de la mujer, aunque pudiera pensarse que por su condición de sacerdote, pudiera bloquear esa parte. No, no le tenía miedo al tema.
-“Las mujeres francesas son las más bellas”- decía- -“hay mucha diferencia entre las mujeres europeas y las latinas. Las mujeres latinas se ponen la tlapalería encima, las mujeres europeas no, lucen su belleza casi al natural”-
Esa frescura y naturalidad le gustaban a él y lo ví tiempo después en un artículo escrito para “Boquitas pintadas” haciendo alusión a Borges.
Nikky – una chica muy bonita-, llama la atención sus ojos grandes aparentemente oscuros, (estilo y parecida a Audrey Hepburn), los ojos con una mirada profunda (no superficial) y con facciones finas (nariz y boca) cara afilada.
“Un alma asustada” según Miguel.
Hay para quienes un jesuita somos solo de “aquí para acá”-(señalando sólo la cabeza) y para allá (señalando hacia abajo) no hay nada. No se conoce a la persona.
-Hay quienes evitan a las niñas por el peligro de enamorarse; sólo niños. Pero hay que saber manejar esa frontera tan delgada que cruza entre la amistad y el enamoramiento. Yo lo hago siendo yo mismo, sin malicia, natural.
Hay para quienes un jesuita somos solo de “aquí para acá”-(señalando sólo la cabeza) y para allá (señalando hacia abajo) no hay nada. No se conoce a la persona.
-Hay quienes evitan a las niñas por el peligro de enamorarse; sólo niños. Pero hay que saber manejar esa frontera tan delgada que cruza entre la amistad y el enamoramiento. Yo lo hago siendo yo mismo, sin malicia, natural.
En Otoño de 82 finalmente volví a ser su alumna, porque el curso si se abrió, y aunque éramos pocos y el tema aunque era importante e interesante, no era más que un pretexto para poder volver a ser su alumna.
Curiosamente, y sin yo saberlo en ese momento, lo que ahí aprendí se volvió básico en mi vida ya que me he dedicado a la docencia por más de veinte años y a ser conferencista de unos laboratorios farmacéuticos por unos diez años, aproximadamente.
Los apuntes del curso y la teoría del curso, como siempre, maravillosos por lo útiles y prácticos y como dije, un conocimiento que me ha acompañado de por vida.
Llegué a la primera clase con una gran emoción. Me acuerdo que ya estaba Miguel ahí, con su lista. Lo saludé y se acordó que yo ya había sido su alumna el semestre anterior. Le dije que estaba inscrita en el taller –“¿otra vez?”- Y buscó en la lista ¡ah si! Aquí estás y leyó mi nombre. Hoy en día que soy maestra, realmente no se si me gusta o no que repitan curso mis exalumnos, conmigo, no se que pensaría Miguel de volverme a tener en su clase.
Éramos un grupo muy variado, aunque realmente pocos. Había un señor mucho más grande que todos, dos chicos preparatorianos que querían entrar el año siguiente a la UIA.
Éramos como dos o tres alumnos de la universidad y me acuerdo de una chica un poco mayor que yo, que no era de la universidad y de la que realmente no supimos nunca gran cosa, en cuanto a qué se dedicaba, si estudiaba algo en algún lado o no, pero que nos llamó mucho la atención por un detalle: cómo coqueteaba con el profesor…
A todos nos llamaba mucho la atención esto, porque por alguna razón todos sabíamos que Miguel era jesuita, todos, menos ella.
Yo no sabía si me daba risa o coraje, pero la cuestión era que lo acaparaba totalmente antes y después de clase. No permitía que ninguna otra persona platicara o comentara algo con él.
Mis compañeros preparatorianos, especialmente uno de ellos –el más grandecito- estaban muy preocupados.
Una tarde, mientras contemplábamos todo su despliegue de encanto ante Miguel, éste compañero volteó y muy serio me preguntó: -“no sabe ¿verdad?”- Yo solo me encogí de de hombros y le dije: -yo creo que no-.
Seguimos viendo la misma escena y se volvió para preguntarme: -“¿y si le decimos”?- yo solo le contesté: -“pues si quieres, dile”-
Cuando tuvimos ocasión de platicar juntos con Miguel, alguna vez que esta niña llegó tarde y por tanto nos pudimos acercar a él, este muchachito encontró el momento de hacer alguna referencia al sacerdocio de Miguel en el momento que ella llegaba a unirse a nosotros.
Su reacción me sorprendió: -“¡¡¿Eres cura!!?- casi le reclamó. Miguel tranquilamente asintió con la cabeza. Después de esa clase, nunca la volvimos a ver, cosa que, evidentemente, también fue comentada por nosotros.
Muchos años después lo escuché diciendo a unas futuras alumnas que le daba gusto que estuvieran en su curso porque había “calidad visual” y tendría a donde voltear cuando diera su clase.
Sonreía ampliamente al corresponder a las coqueterías de alguna alumna: un guiño, una sonrisa o una “caída de ojos”.
“No hablo con nadie mientras pinto, no me gusta que me vean pintar”.
(Me lo dijo a propósito de Nikky que se sentaba en silencio a verlo pintar. Quedaba cerca de su lugar de trabajo, estudio, agencia… no sé; pero le gustaba pasar a comer galletas mexicanas al departamento de la calle Grenelle).
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